jueves, 22 de octubre de 2015

La nevera

Los platos de la cena siguen en la mesa junto a las copas medio llenas de vino. El cenicero humea trozos de papel de cigarrillos. La bombilla lanza destellos intermitentes que podrían en alerta a cualquier epiléptico. El stereo repite una y otra vez la misma canción. Su cuerpo está lleno de metamizol, hace años que dejó el vandral. Sólo quiere calmar su dolor físico. Se mira al espejo y no reconoce a aquel extraño. Una luz se refleja a lo lejos, la nevera. La nevera apesta desde hace meses. El motor se estropeó y no le preocupó.
Se acerca a ella y abre la puerta de par en par. El olor es una bofetada que tumbaria a cualquier persona sin olfato.
 En el primer estante hay yogures y un poco de embutido, junto a unas manchas que parecen mermelada. En el segundo hay un filete seco desde hace semanas y un par de tuppers con sobras del mes pasado. El tercero está lleno de fruta podrida, junto con un bote de melocotones en almíbar oxidado. Los estantes de la puerta están desnudos, sólo lo rellenan un bote de ketchup vacío y leche cortada.
Coge la leche y la huele, el hedor es tan fuerte que se marea. Le pasa lo mismo al inspeccionar los tuppers y no tiene mejor suerte con la fruta, evita los yogures y el fiambre. Entre mareos y arcadas, descubre que en su nevera hay lo mismo que en su interior.
La revelación es tan grande que no para de gritar, se encuentra fuera de si, tirando todo a la basura, no le importa que haya alimentos que se le deshagan en las manos por su corrosivo estado, al contrario, él sonríe. Ya es hora de vaciar la nevera y arreglar el motor.

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